lunes, 28 de septiembre de 2015

Dios

El hombre se encontraba solo, a pesar de que estaba acompañado.
Alzó la vista al cielo y gritó: ¡Dios! ¿Dónde has estado? ¡Ayúdame, Dios!

Pero una voz serena y firme contestó desde el costado:
Dios...
¿Quién es Dios?
¿Quién eres tú para juzgarme?
Tú no has estado en mis zapatos
Tú no has estado en mis zapatos...


Y el hombre vio una luz



domingo, 20 de septiembre de 2015

¿Y era, entonces, esto?

Cuando tenía veintiún años decidí detener el camino de negación que había emprendido durante la vida universitaria. Colgué el saco y decidí explorar el mundo que había rechazado por miedo a la exposición. Ese miedo que aprendí cuando fui hijo en una casa. El miedo al juicio, a la crítica y, por lo tanto, al goce, al disfrute, a la alegría. Escarbé en el aire para hallar la fruición entre tinieblas pero me fue inútil. Había partido a destiempo y la fiesta ya se había terminado. Esta dinámica de la insubstancia se repitió conscientemente durante muchos años. Hoy, vivo y enterrado (como acertó el compositor) empuño pequeñas alegrías que tienen su substancia en la fugacidad. Y era simplemente eso. El goce del momento radicaba en no saber, en la mayor felicidad que encontró Shakespeare otorgada a los humanos: la ignorancia. Ya no me gustaría volver; ya no vuelvo.     



domingo, 6 de septiembre de 2015

A propósito de Hombre mirando al sudeste llevada al teatro en Lima

Ayer caí sin premeditación en el teatro para ver la adaptación que un grupo de compatriotas ha realizado del clásico Hombre mirando al sudeste, de Eliseo Subiela. No pude evitar el prejuicio intelectual de analizar el producto mientras se desarrollaba sobre las tablas. Esa mirada racional en que nos sumergimos los rumiantes de la coherencia estética. Y mi calificación es unánimemente desaprobatoria. De principio a fin, se notó la pobreza de la presencia escénica de la persona que interpretó a Julio Denis. Una presentación desconectada, descontrolada, como el ensayo habitual de un tallerista sin talento.

Durante uno de los talleres de mimo en los que participé, el profesor Juan Arcos citó una sentencia de Étienne Decroux: “La esencia del teatro es el mimo”. Hace muy poco conversé con Walter Huancas, actor profesional con estudios de mimo corporal dramático en EscenaFísica. Le pregunté respecto de las dificultades por las que se debe atravesar para llegar a ser actor: “Este arte está compuesto de líneas curvas y rectas. [Consiste] en conocer y dominar el cuerpo para educarlo y hacerlo armonioso.” Cuánta razón tuvo Decroux en su interminable búsqueda del conocimiento del propio cuerpo. La presencia escénica de un actor se evidencia a través de la armonía de sus gestos (y ya sabemos que los gestos se expresan a través del cuerpo entero). Lo que ofreció ayer esta interpretación fue una devoción por la torpeza gestual, el desconocimiento del propio cuerpo y el de los propios sentidos.

Pésima forma de acompañar a Rantés. 


martes, 1 de septiembre de 2015

Pituco

El domingo pasado sostuve un enfrentamiento verbal con un muchacho. Los hinchas de Cristal y Universitario marchaban vigilados por la policía montada y tan solo la berma central nos separaba. Los improperios entre ambas hinchadas empezaron a llover (aunque en otros sectores llovieron piedras y balazos). Fue entonces que mi sinrazón futbolística se apoderó de mí: “Calla pituco e mierda”. Noté que esa expresión ocasionó algo en la susceptibilidad de ese muchacho. Su cuerpo se recogió como el de esos pollos pequeños que se estacionan sobre el sitio. Su respuesta fue tan sorda que solo la murmuró, mordida, como puñete que se lanza con mala puntería. ¿Decir “pituco” equivale a decir “cholo”? Pienso que sí. Ambas pueden ser expresiones hirientes, dardos certeros que se lanzan desde diversos perúes… emotivos, resentidos, revanchistas; pero no desde una revancha futbolística, sino desde otra más antigua, enconada, intestina.