sábado, 27 de febrero de 2016

En las postrimerías de un noble oficio

En 1996 la vieja radio Antena Uno feneció para el nacimiento de CPN Radio, muerta también hace pocos años. Por los pasillos de esta nueva emisora concurrían periodistas que había visto por televisión durante la infancia. Toda esa vieja hornada de luchadores que hicieron de este trabajo un noble oficio y no la siniestra profesión que hoy pretende denigrarnos. Al terno antiguo e impecable, llegaba Luis Rey de Castro, aquel del espacio "La torre de papel". Ese pionero de la microcolumna televisiva parecía escribir mientras hablaba. Detrás de una ventana, mi jefa: Zenaida Solís.  Disciplinada, exigente, su presencia solía silenciar a practicantes e intimidar a productores. Cuántas veces necesité salir de esa oficina para respirar. En alguna de esas evasiones me crucé con Gilberto Hume, ese relator de noticias que veía a través de canal 9 mientras estaba en el colegio. ¿Me permitirá el saludo? Antes de responderme, el canoso de anteojos ya me lo había ofrecido. Ese reportero peregrino que retrocedía y avanzaba su cinta magnetofónica se encontró de pronto ante una chica de belleza particular. Hola, solo atiné a decirle; pero no pude escuchar su voz porque me respondió con una sonrisa. O Dios o el demonio me trajo de vuelta ante esa escena. Y como la soledad de practicante intempestivamente envalentona le pregunté: ¿eres practicante? Ella negó con la cabeza sin dejar de sonreír. Esa chica se llamaba Cecilia Valenzuela y ya había destapado la existencia del grupo Colina. Siempre fue sorprendente y extraña esa primera etapa en CPN. Mariella Ballbi llegaba al camisón y pantalón corto. Si yo, hasta ese momento, me imaginaba alto, estaba equivocado. En cambio, Ingrid, su productora, era pequeñita. Una vez me tocó trabajar un sábado y mientras coordinaba algo en el tráfico escuché al teléfono la voz de Alfredo Bryce. ¿Bryce entrevistado por un periodista a nivel nacional? Giré y vi tras la ventana de la cabina a Alfredo Barnechea. Permanecí para escuchar lo que estos intelectuales interactuaron durante unos minutos. Conversaron acerca de la insólita marcha en la que estudiantes de San Marcos y La Católica se tomaran de la mano para manifestarse contra el régimen. Escuché a Barnechea emplear ese recurso elegante e impersonal para sostener una entrevista: "Yo quisiera preguntarle a Alfredo Bryce...". Cuando podía, evadía la impresión de teletipos y subía a la cabina a mirar y escuchar ese programa. En aquella ocasión el conductor se refirió al libro de Malráux: La condición humana... ¿Era posible que se le permitiera a los periodistas abordar asuntos inteligentes? Otra tarde, saliendo de la cabina, me crucé con Pablo de Madalengoitia, educado, viejo, de manos temblorosas, mirada radiante y voz inconfundible. Mientras él se despedía, ingresaba, al compás de su bastón, don César Lévano. "Aquellos fueron los buenos tiempos" refiere el tópico. Durante las comisiones, los reporteros de RPP, esa emisora que no tuvo reparos en ofrecerle una torta y cantarle cumpleaños al gobernante de turno, me comentaban la preocupación que se sentía ante la competencia. Pero la época dorada terminó. Hume debió ceder la dirección de Prensa a personas de un nivel absolutamente inferior. Y Solís debió bregar durante los años obscuros para conservar un poco de calidad en el trabajo. Con el tiempo se fueron todos. Sin embargo, esa experiencia en las postrimerías del periodismo de oro me dejó lecciones y, sobre todo, una fascinación eterna en la retina.