miércoles, 12 de octubre de 2016

Grietas

Una y otra vez intenté cubrir las grietas de mi tesis. Durante meses de maceración, una idea se había convertido en hipótesis y una estructura en índice. La teoría me convenció de haber cimentado un trabajo revolucionario, un trabajo que iba a despertar la conciencia de la comunidad académica, un trabajo que… Mi tesis arañó la máxima calificación y recibió el calificativo de sobresaliente. ¿Y saben qué fue lo peor? Que, en algún momento, lo creí… Hoy leo mi tesis y descubro grietas, ademanes que oscilan entre el furor y el desatino: como el tiro al palo que el hincha lamenta. Lo sabía. Todo el tiempo lo supe. Sin distancia es imposible medir golpes. Sin distancia el boxeador lanza puñetes que no alcanzan su destino. Sin distancia descubrimos nuestra defensa y nos conducimos indefectiblemente hacia la lona.  


miércoles, 16 de marzo de 2016

En torno al quehacer y la palabra

A todos aquellos que no han perdido la curiosidad

1

Debo haberlo descubierto en una biblioteca. Era hora de emprender un paso adelante. Si bien mi tesis abordaba un texto literario también lo hacía en torno a un concepto historiográfico. Esta revelación me abría el camino para desarrollar un estudio interdisciplinario.

2

Durante un taller de iniciación actoral debí aplicar un ejercicio de habla y escucha con una chica. Había que saber lo más posible de nuestro interlocutor para, después, presentarlo ante los demás. Me llamo X, tengo veintitantos años, vivo en Y, bailo en el taller de Z y estudio Historia en la Universidad Católica. Qué bueno… Estoy seguro de que ella notó mi ligero gesto de concesión. 

3

Una historiadora me contó que el distrito de San Martín de Porres tenía un origen delincuencial. No puedo recordar alguna comisión en la que se me haya encargado visitarlo. Pero dudo de que en una o cien comisiones hubiese obtenido esa información. “San Martín de Porres es un distrito de origen delincuencial”. Estoy seguro de que si un tabloide se mandara con ese titular no tendría competencia en los kioscos más hediondos del distrito.

4

El compendio de Historia del Perú debe haber sido deshojado; las páginas de la enciclopedia, ensuciadas. Pero los demás libros deben haber permanecido intactos, impecables, muertos… como el que no ha tocado o pecado o vivido: como todo libro cerrado.   

5

Más del cuarenta por ciento de los libros que cité para mi tesis son de Historiografía. Sin embargo, mi trabajo era de Literatura…

6

Escuché el apellido Kapuściński el año de 1997 o 1998. Kapuściński era un periodista polaco que había salvado el pellejo después de haber sido enviado al paredón durante alguna comisión. Y durante otra. Y durante otra… Existe un halo de reverencia a Ryszard Kapuściński que ha trascendido el tiempo y el espacio. Pero cuando se le ha entrevistado, la cara de Kapuściński ha sido siempre la de un niño sorprendido.

7

Ryszard Kapuściński se graduó en Historia en la Universidad de Varsovia.


8

Cuántas veces he intentado recordar el nombre de esa chica. Solo recuerdo el tema de su tesis: el gobierno de Velasco. No aparentaba el estereotipo de chica de clase media baja. ¿Qué querría comprender acerca de un régimen que, hasta hoy, algunos apellidos no perdonan? Pero, si bien, su microrelato me había parecido meramente interesante, a ella, en cambio, las palabras Literatura, Rimbaud y San Marcos parecieron haberle despertado una genuina simpatía.

9

Hace un año envié a un periódico un artículo que abordaba el caso clínico de un parafílico. Se trataba de un NN así que, para sustentar su veracidad, incluí el nombre de los sanatorios que lo acogieron, fragmentos de las historias clínicas en las que se detallaba el éxito y fracaso de sus tratamientos y entrevistas a los terapeutas que lo atendieron. Me pareció suficientemente documentado; sin embargo el artículo fue rechazado a través de una respuesta sorprendetemente pobre.      

10

Toda fuente histórica miente, dicen los historiadores. El hecho de que sean ellos mismos quienes lo confiesen los llena de honestidad. Por eso no temo leerlos. Por eso los leo.

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Después de quince años me reencontré con un amigo que hoy es jefe en una agencia de noticias. Le conté la historia del artículo fallido y no ocultó su interés: “Aquí hay una historia…”. Sin embargo, diariamente se cocina en mi cabeza la posibilidad de trasformar el hecho fáctico en ficción. ¿Quién le abrirá las puertas a esa historia, el Periodismo o la Literatura? ¡Es lo mismo!, diría Gabo. Yo discrepo.

12

Una primera carrera cuyo rigor no me satisfizo. Una segunda emprendida para encontrar el rigor. ¿Por qué no estudiar la maestría en la primera o en la segunda? ¡Por qué has elegido estudiar Historia! Ese ha sido el grito de un par de caras desencantadas. Y mi conciencia ha respondido serena y silente: por curiosidad.

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María Rostworowski nunca pudo ejercer la docencia porque su educación autodidacta no podía ser acreditada. No tenía los grados que se requerían para ser contratada como docente en ninguna universidad. A María Rostworowski se le cerraron las puertas para enseñar. Solo una quedo abierta: la de la investigación.

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Hace once años que ejerzo la cátedra universitaria y ocho que no ejerzo el Periodismo. La cátedra me gusta, pero más me gusta el Periodismo; más me gusta la calle que el salón, la revelación de lo oculto que la presentación de lo evidente. Aunque existe un tipo de docente al que lo moviliza la curiosidad: a ese docente se le denomina docente-investigador.

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Le preguntaron a Ryszard Kapuściński por qué aún, siendo viejo, ejercía el oficio. “Yo creo que se debe a la curiosidad. La gente que pierde esta fascinación deja de ser periodista”.

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Casi todas las experiencias periodísticas que he vivido han sido dramáticas. De todos y cada uno de esos medios masivos me fui con una herida. Quizá la más intensa haya sido la de trabajar en un medio de oposición durante un régimen criminal. La de descubrir que éramos objeto de infiltración de miembros del Ejército o de interceptaciones telefónicas. Pero, en general, la indigencia del ambiente periodístico terminaba por arrojarme, sin comisión que cubrir, literalmente a la calle.  

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Cuando me enteré de la muerte de María Rostworowski giré la cabeza y vi en mi librero sus textos cerrados. Lo lamenté, pero no tanto. María Rostworowski había decidido abandonar Europa y hasta divorciarse por una razón muy simple: defender su curiosidad. Por eso la admiro. Por eso la siento cercana, viva.

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¿En qué lugar del planeta se encontrará la chica del taller de iniciación actoral? Seguramente, movida por la curiosidad, debe estar sospechando de la veracidad de sus nuevos hallazgos. Debe, quizá, estar satisfaciendo relativamente su curiosidad. ¿Se imaginan ustedes si la conociéramos toda? ¿Qué carajo haríamos luego?

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Si alguien me hubiese visto llegar a mi primera clase de la maestría por Dios santo... Si alguien lo hubiese hecho, hasta Dios, habría sido herido por mi luz.

20

La tecnología nos está rescatando a los periodistas que nos estábamos aproximando de manera prematura al cementerio de elefantes. Pero quizá eso no sea lo más importante. Lo más importante es que esta opción le brinda a los estudiantes evadir el camino denigrante que algunos tuvimos que atravesar para aprender algo de este oficio. Eso, como diría Ernesto Sábato: ¡Nunca más!










sábado, 27 de febrero de 2016

En las postrimerías de un noble oficio

En 1996 la vieja radio Antena Uno feneció para el nacimiento de CPN Radio, muerta también hace pocos años. Por los pasillos de esta nueva emisora concurrían periodistas que había visto por televisión durante la infancia. Toda esa vieja hornada de luchadores que hicieron de este trabajo un noble oficio y no la siniestra profesión que hoy pretende denigrarnos. Al terno antiguo e impecable, llegaba Luis Rey de Castro, aquel del espacio "La torre de papel". Ese pionero de la microcolumna televisiva parecía escribir mientras hablaba. Detrás de una ventana, mi jefa: Zenaida Solís.  Disciplinada, exigente, su presencia solía silenciar a practicantes e intimidar a productores. Cuántas veces necesité salir de esa oficina para respirar. En alguna de esas evasiones me crucé con Gilberto Hume, ese relator de noticias que veía a través de canal 9 mientras estaba en el colegio. ¿Me permitirá el saludo? Antes de responderme, el canoso de anteojos ya me lo había ofrecido. Ese reportero peregrino que retrocedía y avanzaba su cinta magnetofónica se encontró de pronto ante una chica de belleza particular. Hola, solo atiné a decirle; pero no pude escuchar su voz porque me respondió con una sonrisa. O Dios o el demonio me trajo de vuelta ante esa escena. Y como la soledad de practicante intempestivamente envalentona le pregunté: ¿eres practicante? Ella negó con la cabeza sin dejar de sonreír. Esa chica se llamaba Cecilia Valenzuela y ya había destapado la existencia del grupo Colina. Siempre fue sorprendente y extraña esa primera etapa en CPN. Mariella Ballbi llegaba al camisón y pantalón corto. Si yo, hasta ese momento, me imaginaba alto, estaba equivocado. En cambio, Ingrid, su productora, era pequeñita. Una vez me tocó trabajar un sábado y mientras coordinaba algo en el tráfico escuché al teléfono la voz de Alfredo Bryce. ¿Bryce entrevistado por un periodista a nivel nacional? Giré y vi tras la ventana de la cabina a Alfredo Barnechea. Permanecí para escuchar lo que estos intelectuales interactuaron durante unos minutos. Conversaron acerca de la insólita marcha en la que estudiantes de San Marcos y La Católica se tomaran de la mano para manifestarse contra el régimen. Escuché a Barnechea emplear ese recurso elegante e impersonal para sostener una entrevista: "Yo quisiera preguntarle a Alfredo Bryce...". Cuando podía, evadía la impresión de teletipos y subía a la cabina a mirar y escuchar ese programa. En aquella ocasión el conductor se refirió al libro de Malráux: La condición humana... ¿Era posible que se le permitiera a los periodistas abordar asuntos inteligentes? Otra tarde, saliendo de la cabina, me crucé con Pablo de Madalengoitia, educado, viejo, de manos temblorosas, mirada radiante y voz inconfundible. Mientras él se despedía, ingresaba, al compás de su bastón, don César Lévano. "Aquellos fueron los buenos tiempos" refiere el tópico. Durante las comisiones, los reporteros de RPP, esa emisora que no tuvo reparos en ofrecerle una torta y cantarle cumpleaños al gobernante de turno, me comentaban la preocupación que se sentía ante la competencia. Pero la época dorada terminó. Hume debió ceder la dirección de Prensa a personas de un nivel absolutamente inferior. Y Solís debió bregar durante los años obscuros para conservar un poco de calidad en el trabajo. Con el tiempo se fueron todos. Sin embargo, esa experiencia en las postrimerías del periodismo de oro me dejó lecciones y, sobre todo, una fascinación eterna en la retina.