En 1996 la vieja radio Antena Uno feneció para el nacimiento
de CPN Radio, muerta también hace pocos años. Por los pasillos de esta nueva
emisora concurrían periodistas que había visto por televisión durante la
infancia. Toda esa vieja hornada de luchadores que hicieron de este trabajo un
noble oficio y no la siniestra profesión que hoy pretende denigrarnos. Al terno antiguo e impecable, llegaba Luis Rey de Castro, aquel del
espacio "La torre de papel". Ese pionero de la microcolumna televisiva
parecía escribir mientras hablaba. Detrás de una ventana, mi jefa: Zenaida
Solís. Disciplinada, exigente, su presencia solía silenciar a
practicantes e intimidar a productores. Cuántas veces necesité salir de esa oficina
para respirar. En alguna de esas evasiones me crucé con Gilberto Hume, ese
relator de noticias que veía a través de canal 9 mientras estaba en el colegio.
¿Me permitirá el saludo? Antes de responderme, el canoso de anteojos ya me
lo había ofrecido. Ese reportero peregrino que
retrocedía y avanzaba su cinta magnetofónica se encontró de pronto ante una
chica de belleza particular. Hola, solo atiné a decirle; pero no pude
escuchar su voz porque me respondió con una sonrisa. O Dios o el demonio me trajo de
vuelta ante esa escena. Y como la soledad de practicante intempestivamente envalentona le pregunté: ¿eres practicante? Ella negó con la cabeza sin
dejar de sonreír. Esa chica se llamaba Cecilia Valenzuela y ya había destapado la
existencia del grupo Colina. Siempre fue sorprendente y extraña esa primera
etapa en CPN. Mariella Ballbi llegaba al camisón y pantalón corto.
Si yo, hasta ese momento, me imaginaba alto, estaba equivocado. En cambio,
Ingrid, su productora, era pequeñita. Una vez me tocó trabajar un sábado y
mientras coordinaba algo en el tráfico escuché al teléfono la voz de Alfredo
Bryce. ¿Bryce entrevistado por un periodista a nivel nacional? Giré y vi tras
la ventana de la cabina a Alfredo Barnechea. Permanecí para escuchar lo que estos
intelectuales interactuaron durante unos minutos. Conversaron acerca de la insólita marcha en la que estudiantes de San Marcos y La Católica se
tomaran de la mano para manifestarse contra el régimen. Escuché a Barnechea emplear ese recurso elegante e impersonal para sostener una entrevista:
"Yo quisiera preguntarle a Alfredo Bryce...". Cuando podía, evadía la impresión de teletipos y subía a la cabina a mirar y escuchar ese
programa. En aquella ocasión el conductor se refirió al libro de
Malráux: La condición humana... ¿Era posible que se le permitiera a los
periodistas abordar asuntos inteligentes? Otra tarde, saliendo de la cabina, me
crucé con Pablo de Madalengoitia, educado, viejo, de manos temblorosas, mirada
radiante y voz inconfundible. Mientras él se despedía, ingresaba, al compás de su
bastón, don César Lévano. "Aquellos fueron los buenos tiempos" refiere el tópico. Durante las comisiones, los
reporteros de RPP, esa emisora que no tuvo reparos en ofrecerle una torta y cantarle cumpleaños al
gobernante de turno, me comentaban la preocupación que se sentía ante la competencia. Pero la época dorada terminó. Hume debió ceder la
dirección de Prensa a personas de un nivel absolutamente inferior. Y Solís debió bregar durante los años obscuros para conservar un poco de calidad en el trabajo. Con el tiempo se fueron todos. Sin embargo, esa experiencia en las postrimerías del
periodismo de oro me dejó lecciones y, sobre todo, una fascinación eterna en la
retina.
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