viernes, 25 de julio de 2014

Una voz que llenaba los rincones

Uno de los refugios que mi hermana y yo encontramos durante nuestra infancia fue la música. Una tarde, después de haber sintonizado una estación, me preguntó: “A ti te gusta Jeanette, ¿no, Daniel ?”. Sí, le respondí... con la firme convicción de un niño de seis años. A partir de ese momento nació mi curiosidad por la rareza de esa voz. Esa voz de color azul me devolvía el gris de la ignota avenida, el amarillo de la antigua casa y el marrón de sus corredores. Esa voz de lozana tristeza me aguardaba tercamente en cada recuerdo, en la silenciosa abstracción infantil, en la hermandad de los objetos, en la precoz institución de la nostalgia. Ayer le pregunté a mi hermana de qué color veía la voz de Jeanette: verde nilo, me respondió. ¿En qué se parecen el azul lluvia y el verde nilo? Posiblemente en que ambos son etéreos, como una voz que ya no es voz, sino susurro en medio del silencio…



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