viernes, 1 de agosto de 2014

Acerca de un poeta malquerido en el Perú

En la universidad, los profesores solían decirnos que los pilares de la poesía peruana eran César Vallejo y José María Eguren. El acuerdo en la denominada comunidad parece hasta ahora inamovible, como toda columna suficientemente cimentada. En Vallejo encontré el nervio y en Eguren el celaje; pero en ninguno, el encuentro espontáneo de ambas necesidades. Tan solo con la lectura de un soneto de Rafael de la Fuente Benavides hallé por fin esa feliz comunión: la “Ottava Ripresa”, de Travesía de Extramares. ¿Por qué Martín Adán continúa siendo el poeta malquerido del Perú? Se me ocurre una respuesta que terminará en lugar común. Porque en su obra encontramos otra suerte de fusión: marginalidad y trabajo extremos. Adán se extravió en la palabra como lo hicieron nuestros poetas "emblemáticos"; pero también supo salir de ese extravío con el desparpajo verbal del artista cínico y genuino. Sin caprichos vanguardistas, sino con la circunspección real del creador. En ese sentido, me atrevería a decir que Rafael de la Fuente transitó por los caminos de Luis de Góngora y Argote; es decir, versificó desde la oposición tinieblas-luz. Martín Adán hizo lo que quiso con la palabra. Su marginalidad genial o su genial marginalidad no debe asociarse burdamente al biografismo de programa de televisión o a la mezquina inclusión curricular de La Casa de Cartón. No, por Dios ¡cómo apesta a superficie esa mirada! El valor de la obra de Martín Adán consiste en que logró aquello que jamás vi con la misma talla en Eguren o Vallejo: el encuentro feliz del nervio y el celaje.

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